62, Violencia

El odio sigue siendo odio,
el deseo de daño
sigue siendo deseo de daño,
por noble que pueda parecer
la meta que se pretenda alcanzar.

Las grandes palabras
y las grandes causas
no pueden enmascarar
que quien es hostil
pretende su propia satisfacción.

¿Si tu camino busca el bien común,
como dañar a una de las partes?
¿Si quieres la paz en la Totalidad
como levantas tan fácilmente
el trueno de tu voz y la piedra de tu puño?
¿No será que la rabia y el miedo
se han puesto un disfraz de "Bien"?

No existe las metas superiores,
la perfecta categoría
ni nada parecido al "Bien".
¿Quien conoce historia alguna
de quien aferrándose a altos criterios
hayan traído un beneficio
innegable y atemporal?

Si las metas superiores fuesen reales,
el camino sería natural y nadie quedaría sin contento.
Si la perfecta categoría existiera,
nada quedaría sin exacta explicación.
Si el Bien fuese el contrario del Mal,
podríamos optar por el primero y nada se torcería.

Sin embargo, al obrar,
todo el mundo ensalza el valor de su objetivo,
se cierra sobre su constructo de la realidad,
clama por la magnificencia de su Bien
y convierte su visión en imposición,
cubriendo la tierra de conflictos y disputas.

¿No será,
que hacemos incontestable la meta
para no sentir desorientación,
que nos cerramos sobre conceptos
para no tambalear nuestros principios
y que distinguimos entre Bien y Mal
para anular como personas,
silenciando sus visiones y sentires,
a quienes consideramos en enemistad?

Entonces,
el foco de nuestra rabia no es el acto ajeno
si no el miedo a poder sufrir daño
y a que nuestras pautas sean incorrectas.

Por esto,
la sensatez recomienda
ante la diferencia,
aprendizaje y tolerancia,
ante el conflicto,
comprensión y colaboración,
ante el daño,
protección y restitución,
ante la confrontación,
prudencia y respeto
y en el uso de la fuerza,
delicadeza y mesura.

En una visión amplia,
difícilmente cabe
disfrutar con el sufrimiento ajeno
y tomar el camino de las armas
como el más razonable y productivo.

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