La supervivencia del símbolo
Nuestra vida se ha
convertido en un auténtico acto de supervivencia, aunque hay pocas
cosas que amenacen realmente nuestra integridad. Ésta se va
construyendo como si nos preparáramos contra un asedio. Algo de
turbiedad en las aguas y creemos que las han envenenado. Un
transeúnte pasa frente a nuestras murallas y queremos o convertirlo
en el aliado más fiel o prevenirnos de que sea nuestro peor enemigo.
Hemos convertido nuestra propia vida en un campo de entrenamiento de
alto rendimiento para enfrentarnos al hecho de vivir. Todo está
encaminado a garantizar la comodidad, la conformidad ajena, la
seguridad, el rendimiento y la fortaleza. Todo esto, soñando con el
día en el que nada supondrá ni un pequeño desafío, que nada nos
sacará de nuestro círculo de confort.
Este camino es
traicionero, porque aleja a la persona de su propia realización y
siempre exige más y más. Las pautas sobre comodidad, la conformidad
ajena, la seguridad, el rendimiento y la fortaleza las extraemos del
aprendizaje social. Las guías siempre pueden ser útiles, pero hay
que mirar detenidamente sus efectos, origen e incluso
intencionalidad. Si ojeamos ligeramente la utilidad última de estas
pautas, lo que pretenden es la estandarización de todas las esferas
de la vida humana en una norma sencilla y común. Esto, normalmente
se asocia, incluso, con cosas tan concretas como el poder, el consumo
y la riqueza. Mucho de lo que se nos pide viene promovido por grupos
a los que le conviene que creamos que las cosas son y deben ser de
cierta manera, ya que extraen alguna posición de control sobre el
resto.
Pese a esto, el miedo es
un sentimiento totalmente natural y justamente esa es la clave.
Nuestra supervivencia como especie ha estado condicionada a huir de
las amenazas que podían perjudicar y destruir nuestro cuerpo. El
estado de alerta nos ha ofrecido la oportunidad de llegar de un
estadio partiendo de uno en el que nuestros pensamientos apenas
tenían símbolos, al actual, a otro en el que nuestra vida es
indiscutiblemente simbólica. Y esta es la cuestión, un significado,
un pensamiento, no te mata a menos que sea tu propia voluntad quien
haga manifiesto el peligro. Hemos perpetuado la vivencia de la
amenaza de la aniquilación, pero la inmensa mayoría de personas en
nuestra sociedad no tiene nada que vaya a destruirles. Hemos
trasladado el miedo a la muerte del cuerpo, a la muerte de la
identidad y a la perdida de la seguridad y el control.
Poseemos medios para
mantener la salud, para acercarnos a nuestros intereses y suficientes
personas como para encontrar aquellas que realmente nos resulten
beneficiosas. Pese a esto, nuestro enfoque no se orienta a "que
puedo hacer hoy para realmente ser y hacer lo que realmente aprecio",
si no a "que puedo hacer hoy para no perder nada de lo que
tengo". Un autosecuestro que induce obligatóriamente a un
estado paranoico en el que se perciben peligros en todos los lugares.
Si la prioridad es la defensa, lo importante es que lo que sea,
perdure, se mantenga y no sea cuestionado. Si esta es de las primeras
prioridades de la lista, cuestiones como conocerse, conocer a los/as
demás y fomentar lo que nos realiza, queda en un segundo plano. La
consecuencia de esto se hace notar rápidamente. Todo, absolutamente
todo, se convierte en algo peligroso, por lo que se empiezan a evitar
pensamientos, emociones, interacciones, situaciones y personas, solo
por el hecho de que puedan ser algo que nos desestabilice lo más
mínimo. La evitación es un mecanismo totalmente necesario, pero del
mismo modo que es poco útil tomar sopa con un tenedor, huir ante lo
que no es necesario, es improductivo y dañino.
La vida sucede por si
misma y es total e irremediablemente incontrolable. Podemos crear
compartimentos estancos, podemos negar participar de todo lo que
queramos, podemos intentar controlar al resto... y mientras nos
esforzamos en mantener "el correcto orden de las cosas",
trazamos un relato de vida de frustración, sobreesfuerzo,
enfrentamientos, enemistades, arrepentimiento, melancolía y
angustia. La vida, seguirá sucediendo por si misma, pero desde un
acto de no-vida, como desde la muerte, mirarla por un agujero, con
miedo a lo que pueda aparecer. Nuestra experiencia se vuelve estanca,
inflexible, irritante y sin sentido, porque el único sentido que
parece interesarnos es el estatismo. Aunque la muerte se pueda
representar por lo rígido, esta rigidez es justamente la que quiebra
para que las partes formen de nuevo parte de la vida.
Hemos olvidado la
literalidad de vivir a cambio de la supervivencia de símbolos que no
son nuestros y que nos perjudican Mientras que el cuerpo solo admite
una muerte, la identidad puede soportar todas las que sean
necesarias. La transformación está en todo y nada se queda
desconectado y perdido del resto del Universo. Quizás sea
conveniente morir un poco cada día, para a la mañana siguiente
renacer. Quemar los desechos, aunque el calor del fuego nos abrume y
duela, y cultivar las enredaderas que nos hacen abrazar la
experiencia. Solo tenemos la absoluta certeza de que esta vida la
viviremos solo una vez, pero elegir como, está exclusivamente en
nuestras propias manos.
Comentarios
Publicar un comentario